Una pequeña historia, no realmente de amor, más bien de destino.

¿Sabes ese momento en los libros o en las películas cuando uno de los protagonistas reconoce el momento justo en el que se dio cuenta de que estaban destinados a estar juntos? Pues algo parecido me pasó  mi, hará ya mil años. Estaba mareada cuando entré a aquella sala llena de gente bailando  música alta, así que me senté en un sofá a lado de un chico con un polo rojo que miraba hacia el frente. Y, realmente no se si era por la cantidad de alcohol  circulando en mi sangre, pero le miré y todo lo que había al rededor pasó no a un segundo sino a un tercer plano. Era como si el mundo se hubiese detenido mientras le miraba. No se si estuve un segundo o un minuto entero haciendo lo, mirando. Debatiendo si esperar a que se diera cuenta de que existía o hablar yo. Pero la promesa de que esa noche no iba a "ligar" con ningún chico que le había hecho a otro chico en el que estaba interesada en ese momento me impedía lanzarme y comenzar la conversación. Nunca rompo una promesa. Bueno, quizás también me diese un poco de vergüenza. Como dije, el alcohol estaba en mi cuerpo y estaba volviendo me valiente además de empujar hacia el fondo de mi cabeza la tonta promesa. Lo iba a hacer, no podía evitar que había algo que me atraía hacia él, en ese momento para mí eramos las únicas personas en el mundo y necesitaba que se diese cuenta de que yo existía.  Pero, siempre hay un pero, justo cuando iba a lanzar le un "hola", el cual seguramente no se entendería muy bien, la que había sido una de mis mejores amigas hasta hacía aproximadamente una semana se sentó entre nosotros o mejor dicho prácticamente encima de nosotros. Eso hizo que mi burbuja estallara y darme cuenta de que ni siquiera le conocía y  yo no me había atrevido a tiempo a hablarle y ella si. Me debatí entre quedar la en ridículo y sentarme yo encima del chico del que ni sabía el nombre o irme y bailar. Mi debate duró un segundo ya que recordé al otro chico, mi promesa y que no merecía la pena estropear lo que íbamos a empezar  solo por montar un espectáculo. Me refiero a demostrar que yo podría tener al chico antes que ella. Pero se cuando tengo que hacer lo correcto hasta en estado de embriaguez. Mi último pensamiento antes de levantarme a bailar fue: "Pobre chico, con lo guapo que es y ahora tiene que aguantar a esta pesada".
Tres meses después, el chico al que le había echo la promesa me rompió el corazón y acabó con mi auto estima. 
Un mes después de eso, el chico de la fiesta y yo hablamos por whatsapp e hicimos vagos planes para quedar alguna vez. Pero yo aún no estaba lista para "los hombres" en general, así que me olvidé de él y me centré en sanar emocionalmente.
Otros tres meses después de esa conversación volvimos a hablar y esa misma noche nos dimos el primer beso, y ¿adivinar qué?. 
Han pasado casi tres años y desde ese beso no hemos dejado de hablar, bueno, ni de besarnos ni de hacer el amor ni de todas esas cosas que hacen los novios. 
Sé que él no se dio cuenta de el momento en el que yo supe en aquella  fiesta que estábamos destinados a estar juntos. Bueno, en realidad o tampoco hasta que llevábamos un tiempo saliendo. Pero aunque no lo supiese en ese momento, si sentí algo, algo que no fui capaz de definir y al que le resté importancia. 



Y era eso, el destino. Porque en los meses que pasaron desde la noche de la fiesta hasta nuestro primer beso él había aprendido que no podía seguir detrás de una chica que le daba falsas esperanzas y yo lo que era un corazón roto. Eso fue lo que más nos unió en un principio, comprender esa sensación de vacío que queda al dar demasiado a alguien que no da una mierda por ti. Sí, suena mal, pero él hizo que mis cicatrices dejaran de escocer y que dejara de lamentarme por haber sido una tonta y yo conseguí que se diera cuenta que solo quería lo que no podía tener porque no podía tenerlo, no porque lo quisiera. 

Quizás sólo hay que hacerlo un poco más rápido, más fuerte, gritar más alto.

Cafeína, eso eres tu

Cafeína, eso eres tu

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